La convicción de que se puede enfrentar a los fenómenos de la naturaleza con planificación estratégica y con obras duraderas es tan antigua que hay una fábula para niños que se refiere a la cuestión. Concretamente, la de los tres cerditos y el lobo. Dos de los puerquitos hacen sus casas de manera precaria e improvisada y el depredador sopla de modo tal que el viento que produce termina con esas construcciones. El tercero, en cambio, elabora un plan, usa los materiales idóneos, realiza el trabajo responsablemente y el resultado vence la tempestad. Desde que Walt Disney convirtió esa historia en un cortometraje animado en la década de 1930, la historia se universalizó. La excepción, aparentemente, es Tucumán.
En la provincia, con el verano llegan las lluvias; y con las lluvias, las inundaciones. Año tras año. Sin solución de continuidad. Este año, ha quedado evidenciado durante esta semana, no fue la excepción. Una tormenta importante, con una precipitación que superó los 90 milímetros, provocó anegamientos en el sur de San Miguel de Tucumán y en numerosas comunas y ciudades del interior. No hubo necesidad de evacuar personas, pero los afectados tuvieron que lamentar pérdidas materiales que les son muy costosas de remediar. Las cíclicas inundaciones tucumanas también tiene un ciclo social: las aguas bajan y la gente retoma su vida, pero más pobre que antes de la llegada del agua.
Este año, la tormenta y su consecuente inundación llegaron de manera tardía y sectorizada, paradójicamente, por razones climáticas. Tal y como viene informando LA GACETA desde principios de mes, en sus informes sobre el impacto de las condiciones meteorológicas en las actividades agrícolas, el fenómeno de “La Niña” ha generado un verano más bien seco, lo cual ha complicado a los cultivos en general, y a la campaña de granos en particular. De no haber sido así, la situación social hubiese sido mucho más serie. En 2017, por caso, los suelos provinciales se saturaron tempranamente de agua y la sucesión de lluvias generó una catástrofe en varios pueblos del Este tucumano. Particularmente, en La Madrid.
Precisamente, luego de aquel año se iniciaron una serie de estudios de las cuencas de los ríos del sur de la provincia y se encararon obras. Pero a finales del año pasado, las lluvias hicieron crecer los cauces, que se llevaron consigo obras que tenían un 40% de avance. Ese es el caso de los trabajos en la zona de Alto El Puesto, en el departamento Graneros. La erosión del agua generó un hundimiento del terreno y se tomaron medidas para conjurar la situación. Pero el socavón ahora es más grande y más peligroso. Tiene unos 400 metros de largo por 200 metros de ancho y una profundidad de unos 15 metros. El nuevo edificio de la Escuela 295, así como varias casas de pobladores, quedaron a pocos metros del bache gigantesco, que amenaza con devorar todo a su alrededor.
Pero los problemas no se presentan solamente en la llanura. Tucumán tiene una de las cuencas hídricas más complejas de la región y una parte se desarrolla en la montaña. También este diario ha informado, durante este mes, sobre las denuncias de residentes de Tafí del Valle que dan cuenta de asentamientos irregulares en las zonas que fueron afectadas por la última crecida del arroyo El Blanquito, hace 35 años. Si se reiterase un desmadre de esa naturaleza, las consecuencias podrían ser dramáticas.
Resulta tan inquietante como alarmante que no haya a estas alturas una verdadera política de Estado en Tucumán puesta al servicio de conjurar las inundaciones, a la vez que de aprovechar la riqueza hídrica de la provincia. Los años de inacción han generado un padecimiento bipolar para la población: hay temporadas de exceso de agua, traducida en inundaciones, seguidas de temporadas de carencia de agua, tanto para el consumo humano como para el riego. Todo ello, también, sin solución de continuidad.